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miércoles, 21 de diciembre de 2011

I'm coming home

Han pasado 240 horas. 14 400 preciosos minutos. Cada uno de ellos permanecerá en mi memoria como un tesoro, escrito con tinta de oro en las paredes de mi alma. Decorado con imágenes que guardaré en mi corazón y memoria hasta que no recuerde lo que es sentir, ni sienta lo qué es recordar.


"Pero me voy, me voy a casa."

Mírame alejarme, sé que nos volveremos a ver.

"Nos vamos. Nos vamos a casa."

Levanta las manos a través del cristal y di adiós. ¿Adiós a qué?
No a mucho. A todo.

"Todos vuelven, vuelven a casa." Pero la dejan atrás.

Él está, ella permanece; ellos no se van. Pero ninguno se queda.

Cuenta los pasos que doy y las lágrimas que derramo. Memoriza, porque le preguntaré a tus ojos si lo recuerdan.
Sí, se lo preguntaré a tus ojos, por mucho que me responda el corazón.

"Ya no están. Están en casa."

Y se han ido, y ya no volverán. ¿Siguen aquí? Tal vez; pero se han ido.

Yo iré, los buscaré;

"Dile al mundo que me voy, me voy a casa; la dejo atrás."

jueves, 8 de diciembre de 2011

Respira

- ¿De veras no se te ocurre nadie más que haya podido querer matarte? - Mike estaba sentado en la ventana, la cortina algo abierta para ver el tráfico nocturno de La Avenida.

- Te he dicho mil veces ya que no. - Lea estaba colgando al borde de la cama. Bueno, cama es un término generoso para describirlo; era apenas una tabla de madera rota con un colchón de goma-espuma roído por las ratas.

- Alguien tiene que haber, piensa. - Jugaba con una vieja muñeca de fieltro que había encontrado apoyada en la pared. Le daba vueltas en las manos y le peinaba el pelo.

- Deja de insistir. Sabes lo que yo. - Pensó en tumbarse, pero lo descartó; el "colchón" le daba demasiada mala espina.

- Y de nuevo te equivocas. - Lea levantó la mirada hacia Mike. - Yo sé algo que tú no sabes. - Usó el mismo tono que habían usado de niños cuando jugaban. En otro momento eso le habría arrancado una sonrisa a Lea. Pero no en ese.

Ambos se quedaron callados, cada uno expectante a la respuesta del otro. Lea continuó.

- ¿Y bien? ¿Vas a seguir? - Lo miró con desagrado.

- Claro, cómo no. - Le dedicó una de sus sonrisas infantiles e inocentes. La hacían parecer tan desprotegida. - Fuera quién fuere el que intentó matarte, sólo sabemos que lo consiguió. - Esperó a la reacción de la chica, que no hizo más que abrir mucho los ojos, incrédula.

- ¿Se te ha ido la olla? ¿Hola? - Se levantó de un salto y se puso a agitar los brazos ante él. -¡Sigo viva! Me muevo, camino, respiro. ¿A qué juegas? -

- Shh... - Se llevó un dedo a la boca haciéndola callar. - Silencio. Calla. - Bajó de la ventana y se acercó a ella. - Intenta escucharlo, tu respiración, vamos. Te resultará fácil distinguirla de la mía. - Dio una suave risotada y cruzó los brazos tras la espalda. Parecía un niño.

- ¿Eres idiota? Estoy respirando, ¿estás sordo? Creía que tu oído era mejor que el mío, al fin y al... - Mike descruzó los brazos y se acercó a ella a una velocidad apabullante. Se paró a apenas dos centímetros; sus caras casi se tocaban. Estaban tan cerca que Mike podía sentir su respiración. Lea no podía sentir la suya, claro; Mike ya no respiraba. A Lea la respiración se le hizo costosa.

- ¿Ves? - Sonrió Mike. - Yo tenía razón. - Sonrió como un verdadero idiota. Lo que provocó que Lea se sonrojara.

Se apartó de un salto de ella y se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas. Con un gesto, invitó a Lea a sentarse con él. Ella, de mala gana, se apoyó en la pared, abrazándose las rodillas.

- A eso me refería, ¿sabes? - Mike dio una gran bocanada de aire, a pesar de que no la necesitaba.

- ¿Que te referías a qué? - Preguntó Lea.

- No deberías hacerlo. - Sonrió sin abrir la boca. - No deberías respirar.

martes, 29 de noviembre de 2011

¿Podrás hacerme sonreír?

Sintió el cañón de la pistola sobre su pecho. De lleno en el corazón. Presionaba, con rabia. Tenía los labios rojos, los ojos ardiendo. Los abrió y miró la pistola. Era su Glock 17, amenazándole. De nuevo. Pero Verano sabía que sería la última.
(-No, no se llamaba Verano, por supuesto. Pero así fue como lo apodaron, y así es como debe ser.-)
Pero sabía que era la última. Que ya no se volvería a librar. Lo veía en sus ojos.

*¡Clack!* Quitó el seguro.

- Pon lo mucho que me querías en el epitafio, Stivie. - Su voz sonaba rota. Stivie supo que tenía miedo. Que quería llorar. Pero que no iba a hacerlo. - Al menos así algo quedará grabado para siempre. -

- Nunca te he querido, Verano. Mi corazón es de hielo, ¿recuerdas? El corazón del Invierno. Y el invierno no quiere. Solo destruye. - Aquella sonrisa rota suya volvió a apoderarse de su rostro. Tenía la piel hundida, estaba sucia, delgada. Verano sabía que estaba perdiendo la guerra. Y que se estaba destruyendo a sí misma. Piedra a piedra, hasta caer derrumbada por completo.

- Dispara ya, Stivie. Vamos, antes de que se te derrita el corazón. - La miró a los ojos. - Antes de que te arrepientas. -


Y disparó.


El estallido resonó por todo el campamento. Lo había hecho. Había disparado. Verano intentó coger aire, y cayó sobre ella. Y ella lo agarró. Se manchó de sangre.

- Tengo frío. - Los labios agrietados de Verano gemían de dolor. La sangre teñía la nieve a sus pies.

- Tranquilo, Verano. Ya no queda nada, nada... Pronto volverás a sonreír, a ver tu sol, a jugar con los girasoles... - Susurró ella, sollozando. - Derretiste al Corazón del Invierno, podrás derretir a la muerte. -

Ambos cayeron al suelo, entre sangre y nieve. Stivie no paró de llorar. Ni tan siquiera cuando él ya había dejado de respirar.

Y así los encontraron esa noche. Él muerto y ella muriendo por dentro.

«Verano, el que derritió al Invierno. El que se abrazó a la muerte para seguir viviendo.»


lunes, 21 de noviembre de 2011

Crash

"...¿Sabes qué es lo que realmente sé sobre humanos?
Nada, salvo que me gustaría haber sido uno de ellos..."

Caminaba por el corredor del primer piso, recordando la última conversación que había tenido con Rob el día anterior, unas cuantas horas atrás.
Todavía no estaba completamente seguro de lo que había significado. Es decir, claro que lo entendía; sabía al cien por cien que Rob no era humano. Sin embargo, creía que, aún detrás de aquello, le ocultaba algo.

Llegó a la puerta de Lea y aminoró el paso. Hacía ya cuatro ciclos que no aparecía por El Refugio, y no era normal en ella. Siempre se había sentido cómo en casa allí...

Siguió caminando en dirección al comedor y se paró en una esquina al escuchar pasos. Era raro, ya que a aquellas horas de la noche no solía haber nadie por los pasillos, menos en la parte cercana a las escaleras. Se pegó a la pared y esperó.
Al otro lado del pasillo había un chico de pelo castaño, tan largo que casi le tapaba unos ojos color avellana. Lo llevaba revuelto, en contraste con su perfecta ropa; toda blanca. Continuó el camino sin reparar en Ethan, más atento al pequeño libro que llevaba en las manos.
Una vez Ethan ya no escuchaba sus pasos, volvió de nuevo a su forma original y bajó el tramo de escaleras hacia el comedor.
No había nadie, cómo de costumbre a las cuatro de la madrugada. Era la hora favorita de Ethan; cuando todavía no había amanecido, pero todo cobraba vida lentamente. Todo estaba quiero, demasiado en silencio.

Ethan no pareció notarlo, ya que todavía pensaba en el chico del pasillo. Su cara le sonaba, aunque no conseguía ubicarlo...

*CRASH*

Ethan se volvió. Una ventana estaba rota; los pedazos esparcidos por el suelo...

*CRASH*

De nuevo se dio la vuelta y vio la gran cristalera de la torre rota. Los cristales llenaban la estancia. Ethan se olcultó, de nuevo volviéndose invisible y se pegó a la pared.

*CRASH* *CRASH* *CRASH*

Las ventanas explotaban una a una, sin ruido alguno, haciendo que los resquicios llovieran. Ethan se tapó los ojos con los brazos, y una vez volvió a bajarlos ya no estaba solo en la sala.

El corazón se le aceleró, pero recordó que estaba todavía oculto. Si no hacía ruido, no lo descubrirían. Parpadeó e inspiró lentamente. Barrió la sala con la vista y analizó:
cuatro "cosas" de esas, dos tipos encapuchados; probablemente mestizos, y un chico, a la cabeza, vestido completamente de blanco.

Esta vez si consiguió ubicarlo, y maldijo por lo bajo.
El chico se acercaba en su dirección. Ethan estaba cada vez más nervioso, tratando de convencerse a si mismo de que no iba hacia él. Al fin y al cabo, no podía verle, ¿no? Pero si estaba en lo cierto, debía salir de allí cuando antes.

En un intento vano, salió corriendo, pero tan pronto se dio cuenta ya estaba rodeado por aquellas cosas.
Recordó la conversación que había tenido una vez con Lea, cinco ciclos atrás;

- Ten cuidado con lo que haces Ethan. Siempre habrá alguien que te vea; que nos vea a todos. Tal vez no lo sepas, o no quieras creerlo, pero lo habrá. Quizás no sea lo de fuera solamente lo que ve, sino nuestro interior. Puede que vea nuestra sangre fluir, cómo antes. Y de él, no podremos escapar. No sabes quién es, ¿verdad? Yo tampoco. - Lea había saltado y se había encaramado al alféizar de la ventana. - Y no quiero averiguarlo. - Se había tirado hacia los arbustos del jardín, y había salido corriendo. Esa había sido la última vez que Ethan había visto a Lea.

Pensó un momento en ello, y, antes de que todo se oscureciera, entendió hasta tal punto lo que ella había querido decir, que maldijo el día en que deseó que su corazón dejara de latir.


lunes, 24 de octubre de 2011

Inside Out

Abrió los ojos con cuidado. La luz era demasiado fuerte para ellos. Parpadeó varias veces y esperó a que sus pupilas se adaptasen un poco al ambiente cegador de la sala.
Una habitación que era enteramente blanca. Paredes blancas, techo, suelo, muebles, luces... todo blanco. Bajó la vista y se vio tumbado en una cama, con sábanas finas. Llevaba un camisón...

- Oh, mierda... - Sam apretó los puños y se incorporó un poco, sin mucha dificultad. Estaba en un hospital, eso lo sabía. Miró al rededor y vio un par de máquinas. Sus constantes vitales, su pulso...
- ¿Pero qué...? - Se miró las manos. Llevó sus dedos a una de sus muñecas.

*Tap-tap. Tap-tap. Tap-tap.*

Había pulso. - No, no, no, no, no... - Agitado, se sacudió la sábana de encima y colgó las piernas al borde de la cama. Intentó calmarse y tomó una gran bocanada de aire...

- ¡No! - Respiraba, tenía pulso. Pero eso era imposible. Él nunca había respirado. Nunca había sentido el palpitar en el cuello, ni el calor de la sangre corriendo por sus venas. ¿Qué pasaba? ¿Qué era esto? Ni siquiera debería estar vivo. Tal vez era algún truco, o soñaba. No lo sabía.

Oyó pasos en el corredor y la puerta se abrió. Un hombre metido en una bata blanca le miraba atónito.
Se acercó a Sam y se sentó en una butaca cerca. Él seguía al borde de la cama.

- ¿Te encuentras bien? - Se acercó y, con su estetoscopio, escuchó los latidos del corazón de Sam. De un corazón que no debería estar latiendo.

- Cómo nunca... -

- Excelente. - Sonrió de oreja a oreja y se levantó a dejar el instrumento sobre la cómoda. Se volvió hacia Sam, con ojos interrogantes. - ¿Cómo definirías tu estado de ánimo? -

- Me siento... bien, me siento... vivo. - Lo dijo con un deje sarcástico en la voz.

- ¿Sabes cómo llegaste aquí? - Le miró con franqueza a los ojos.

- ¿Sinceramente? No tengo ni la más remota idea. - Sam se encogió de hombros y le dedicó una triste sonrisa.

- Te seré sincero, chico... -

- Sam. - Interrumpió.

- Bien, Sam. Estabas en coma. No sé por qué, ni cómo has despertado, ni cómo has podido levantarte tan rápido. Estás completamente sano, y no hay razones médicas para explicarlo.

- En coma... - En coma, Sam había estado en coma. No podía creerlo. El médico dejó a Sam descansar y éste se tumbó en la cama, se cubrió con la sabana, y cerró los ojos para aclararlo todo.

Dos horas después, el médico entró en la sala. Salió un instante después y se dirigió a la recepción del hospital.

- La sala 13, ¿quién estaba allí? - Sus ojos se movían frenéticamente de un lugar a otro.

- Sam... Sam. - La secretaria miró sin entender.

- Sam, ¿qué? ¿Sólo Sam? - Dio un golpe con el puño cerrado sobre la mesa.

- No sabemos su apellido, ni su dirección, sólo tenemos eso. -

- ¡Joder! - Volvió a golpear la mesa, esta vez más fuerte.

- ¿Qué pasa, hay algún problema? -

- ¿Qué si lo hay? - Se llevó la mano a la cara y se quitó el sudor de la frente. - Se ha ido.

*****



martes, 18 de octubre de 2011

Quizás

"- Yo. Fui yo. - Lo sentí estallar. Se expandía, por mi pecho. Resonaba en mis oídos. En mi vientre. En mis labios. Y se extinguía... se acababa... Y cómo dolía.

-Yo. Fui yo, Rob. Yo hice temblar el mundo. - Y al abrir los ojos lo supe. Supe que me había descompuesto en millones de millones de fragmentos, y me había vuelvo a recomponer.

- Yo. Fui yo, Rob. Yo te arranqué la piel a tiras. Yo te traicioné. - Lo supe. Supe que si seguía de pie, si me mantenía, era porque todavía estaba sujeto con pegamento. Con uno muy débil.
Yo lo sabía.
Temblé. Me tambaleé."


- Se acaba el tiempo, Rob, se acaba... - ¿Teníamos acaso de eso?

- No, no lo teníamos. Nunca lo hemos tenido. No, nosotros no. - Rob siempre hacía lo mismo. Y eso me ponía de los nervios. Me sacaba de mis casillas, sí.

- ¿Qué vas a hacer entonces? - ¿Que si tenía curiosidad por saberlo? Claro que la tenía. Él me había salvado, al fin y al cabo.

- ¿Qué voy a hacer? ¿Que qué voy a hacer, Ethan? No voy a hacer nada. - No me gustaba que le diera énfasis a las palabras. Lo hacían sonar desquiciado. - ¿Desquiciado? - Soltó.

- Sabes que no me gusta que escuches lo que pienso, Rob. Ni mucho menos ahora que puedes controlar a quién escuchas. - ¿Qué? Oh, sí. Rob podía leer mentes, claro que sí. Era una de muchas de sus excepcionales cualidades.

- Tú sabes que tan sólo puedo leer mentes débiles, Ethan. Lo sabes. - ¿Mente débil, la mía? No podía estar más de acuerdo, sin embargo, no me hacía gracia ninguna que me lo recordase cada dos por tres.

¿Qué íbamos a hacer? Yo ya no lo sabía. Hacía tiempo que no me molestaba ni en pensar en ello. Al fin y al cabo, todos parecían felices.

- Felices no, Ethan; ignorantes. - Rob se dio la vuelta y miró por la ventana. - Pero su feliz ignorancia no va a durar mucho más. No a menos que hagamos algo. -

- Lo sé, dios, ¡lo sé! - Estaba cabreado, cabreado de verdad. Siempre conseguía enfadarme.
- Pero míralos, Rob, míralos. No saben nada de guerras; de las reales, ni de ángeles, ni de demonios, ni de nosotros, Rob. No saben nada. - Deslizó la vista más allá del cristal y contempló a un grupo de niños jugando. Corrían y se cogían, volvían a esconderse, contaban y buscaban. Huían.

- Están huyendo, Ethan. - Sus pupilas se estrecharon; parecía un gato. - Sólo que no saben aún de qué. -

- No tienen por qué saberlo. - Lo sabía, no hacía falta. Yo mismo había vivido ignorante hasta que él me había encontrado. Y entonces me lo había contado todo. Me había dicho lo inimaginable. Pero tenía que creerlo, no me quedaba otra.

- Oh, cállate ya. No dices más que tonterías. -

- Querrás decir que tú no escuchas más que "tonterías". Deja lo que pienso y concéntrate de una vez en lo que digo. - Me estaba empezando a ennervar. - No tienen por qué saberlo. - Repetí.

- Quizás. - Su voz no fue más que un susurro.

Reinó un silencio atronador en la habitación. Tanto fue el silencio que no se escuchaba ni nuestra respiración. Claro que nosotros ya no respirábamos, pero era una forma de hablar. El silencio lo aplastaba todo.

Y no había con qué cesarlo. Tal vez no hubiera nada más que decir.

Pasaron unos interminables minutos antes de que Rob lo rompiera.

- ¿Sabes qué es lo que realmente sé sobre humanos? - No respondí. Sabía que no era necesario.
- Nada, salvo que me gustaría haber sido uno de ellos. -

miércoles, 5 de octubre de 2011

Autodestrucción

Sentía las manos resbaladizas por la sangre. La garganta seca. Los pulmones todavía en llamas

-Alma.- jadeó.
-¿Te encuentras bien?.- Le miraba desde detrás, con suficiencia. Una sádica sonrisa asomaba en su cara medio iluminada.

Sam estaba lleno de magulladuras. Miraba al abismo desde el suelo. Tenía un corte en la sien que hacía tiempo que ya no sangraba. No respondió a su pregunta, por muy obvia que fuera la respuesta. Intentó levantarse.
Su esfuerzo solo provocó que comenzara a gotearle sangre por la nariz.

-¿Sabes cúal es la mayor ironía de todas?- Detuvo su intento de ponerse en pie y se miró las manos heridas sobre el cemento. La brisa le alborotó un poco el cabello, haciendo que algunos mechones pelirrojos taparan sus inexpresivos ojos durante un instante. -Matar para salvar una vida.- Las piernas le temblaron y alzó la mirada al cielo. -Matar... Para salvar una vida.-

-Oh, cómo adoro la melancolía.- Se acercó a él dando pasos largos y sinuosos.
Sam agachó la cabeza de nuevo. Su mandíbula se tensaba por momentos, pero no tenía fuerza como para hacer algo más. -No me digas,- su voz era áspera y dañina - que te arrepientes de tu decisión.

De hecho, sí. Sam se arrepentía. Pero no estaba dispuesto a admitirlo delante de Él.
-¿Nos obligas a todos a hacer algo de lo que arrepentirnos, o soy un caso aparte?- A Sam le reconcomía por dentro esa idea.
-Tan sólo a algunos. Pero tranquilo, no eres especial. Cómo tú, muchos otros cometieron un error.- Dio un paso hacia Sam y colocó su esquelética mano sobre su hombro. - Ya tienes lo que querías, ¿verdad? Ambas partes del trato han sido cumplidas. Así pues, - retiró la mano y dio un paso atrás - creo que es hora de que me vaya.

-De vuelta al infierno - Pensó Sam. Sin embargo, lo que dijo no fue eso. -Sí.- Articuló la palabra lentamente. Como si tuviera cuidado de que no se rompiera en el aire.
-Sí, ¿qué?. - Preguntó Él.
-Sí, me arrepiento.- Contestó Sam. Él se detuvo, y contempló al muchacho con una pizca de satisfacción en la cara.
-Oh, interesante... - Pronunció las palabras relamiéndose interiormente.
- Te gustaría cambiarlo, ¿cierto? Quieres que todo sea como antes. - Los ojos de Sam se iluminaron a través del pelo lacio. Una sonrisa asomó en su cara y Él siguió hablando. - Pues bien. Eso no es posible. - La sonrisa desapareció del rostro abatido de Sam y su mandíbula se tensó reprimiendo un gemido. Él reanudó su discurso. - Nada puede ya ser como antes. Todo ha cambiado. Tu decisión ha hecho el Curso y los hechos distintos. Y no hay nada que puedas hacer para remediarlo. - Se colocó el pelo negro que colgaba en su frente.

-Y si... - Empezó Sam. - Y si yo sólo quisiera cambiar una cosa. Y si tan sólo deseara que Ella viviese. - Sam cerró los ojos en espera de una respuesta, a pesar de que no había hecho ninguna pregunta en realidad.

-En ese caso, ¿qué te hace pensar que me harías cambiar de opinión? Yo soy aquí el que ha ganado, ¿por qué habría de cambiar eso? - Atravesó a Sam con una mirada de curiosidad.

-¿Y si yo te diera a cambio lo que tú más aprecias y de lo que más te necesitas?
Él abrió un ápice los ojos y su boca formó un fino arco.
-Entonces, la cosa cambiaría. - Su sonrisa se ensanchó. - Así pues, ¿estás diciendo que estarías dispuesto? ¿Dispuesto a cambiar de nuevo el Curso? - Sus palabras eran fuego.

Sam cerró los ojos un instante y se dio la vuelta. Le miró fijamente y con total seguridad, respondió. - Lo estoy. -
- En ese caso, - dijo Él - te deseo dulces sueños, Sam, hijo del fuego.
- Pero antes, déjame hacer algo. - dijo Sam.
- No creas que puedes engañarme con tus sucios trucos, mortal. - Escupió las palabras con odio.
- No es esa mi intención. Podéis vigilarme, si queréis. No me llevará mucho. - Sam esbozó una triste sonrisa y bajó la vista hacia sus manos. -Lo prometido es deuda.


-Alma. - Oyó susurrar su nombre. La muchacha se incorporó sobre el asfalto, frotándose las sienes con una mano.
A su lado, un trozo de papel meticulosamente doblado. Alargó el brazo y lo cogió. Desdobló el papel, y, sin entender del todo, leyó:

¿Sabes cúal es la mayor ironía de todas?

jueves, 22 de septiembre de 2011

¡Gracias!



Ésta es la segunda entrada en la que me dirijo directamente a los lectores, aunque por una buena razón.
Izzy, bloggera, (muy buena, por cierto) me ha dado uno de sus premios a blogs.

Solo darle las gracias por este gran honor, y dejar así el link del suyo, para que le echéis un vistazo. http://lallavedekadrin.blogspot.com/

Saludos :)

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Memorias de una lágrima



Me recuerdo como un cristal. Hacía equilibrios sobre la cárcel seca de tus ojos.
Tú, no sabías llorar. Sin embargo, yo, apoyada en el horizonte de tu alma, pensaba de otra manera.
Me aventuré durante un segundo a mirar al abismo más allá de tus pestañas, tan vasto; tan infinito.
Miré dentro de ti, y vi cómo la pena y el dolor ganaban terreno tras tu mirada.
Aquel silencio infló mi angustia; un mar salino contenido en una burbuja.

Enfrentando la creciente agonía, me vi obligada a dar un paso atrás. Estaba al borde del vacío.
Tu alma estalló, y tuve que saltar.
Desgarré la felicidad del aire, precipitándome cada vez más deprisa.
Pasé casi rozándote y me perdí en la brisa.

Segundos más tarde me quebré en el suelo.

Mi alma se hizo mar. Tú, que no sabías llorar.
Mas al verme rota como un vidrio,
te compadeciste de mi existencia.
Y aún sin saber llorar, sentiste pena.
Comprendí entonces tu mirada seca.
Y al entender, me hice aire; me evaporé.
Subí velando tu pecho y tus comisuras rocé.
Como una brisa, sentiste un beso,
y al fundirme con tus labios, lloré.
Yo, cristalina lágrima, suspiré. Y al yo llorar,
de nuevo en tus ojos vi una lágrima crecer.
Tú, que no sabías llorar; siempre así lo recordé.


viernes, 2 de septiembre de 2011

Lágrimas escarlata

Me desperté una fría mañana. No era fría en sí, pues todavía era agosto. Sin embargo, así era como yo la sentía. Helada.

Me arrastré fuera de la cama y me apoyé en el alféizar de la ventana. Fuera corría una brisa que cortaba la respiración. Había algo en el aire, algo extraño, que despertaba tristeza en algún lugar de mí. Aunque todavía no sabía dónde exactamente.

Miré por encima de las copas de los árboles y los tejados de los altos edificios. Me imaginé a mi misma; contemplando el mundo con ojos curiosos, como una niña pequeña a la que todo le parece nuevo. En cierto modo así era, podía imaginarlo. Aunque, áquel nuevo mundo que parecía despertar, lo hacía con colores más apagados. No me importaba, al fin y al cabo. Nada parecía importarme en aquel momento.

Caminé lentamente, alejándome de la ventana y de un mundo descolorido, hacia la puerta del gran armario al otro lado de la habitación. La abrí con sumo cuidado.
Dentro, montañitas de ropa, desprendían un suave olor tremendamente familiar para mí. Inspiré profundamente y busqué en mi recuerdo, haciendo que una liviana lágrima resbalase por mi mejilla.
No me pasé la mano para borrarla de mi rostro, pues no tenía sentido.
Rebusqué entre los cajones y saqué una camiseta; larga, ancha. Me la puse. Demasiado grande para mí. Tampoco me importaba demasiado. Es más, me gustaba esa camiseta. Casi podía decir que era una de mis preferidas. Me enfundé los primeros vaqueros que encontré y me calcé unas deportivas gastadas, prácticamente tres tallas mayores de lo que realmente necesitaba. Pero me daba igual. Todo ello me era indiferente.

Me di la vuelta y contemplé mi reflejo en el espejo de pie que había justo al lado de la ventana.
Vi mi rostro, ensombrecido por la escasa luz de la mañana, las oscuras bolsas bajo unos ojos azul cielo, más sombríos que de costumbre, los labios agrietados y secos, que hacían contraste con mi piel, esa mañana todavía más pálida a lo que acostumbraba ser.

Cerré los ojos e imaginé que unas suaves corrientes de aire me rodeaban, dando la impresión de que unos brazos me abrazaban. Lentamente, otra cristalina lágrima recorrió mi cara, dejando una nueva y húmeda marca sobre mi piel y una dolorosa y desgarradora sombra bajo ella.
Tampoco esta vez traté de borrarla.

Salí de la habitación, sin prisas. Caminé por todo el pasillo, moviéndome en lentos suspiros, haciendo que mi enmarañado pelo se agitase al rededor de mi cara.

Contemplé las polvorientas fotografías que colgaban a lo largo de las ya gastadas y descorchadas paredes, deteniéndome ligeramente en cada una de ellas, asestando un golpe a mi alma con cada una de las imágenes.
Cuando ya salía del pasillo, una lágrima más se derramó y quedó colgando de mi barbilla. No me molestaba.

Seguí andando, sin molestarme en colocarme el pelo, ajustarme los vaqueros o atarme uno de los cordones que, sin darme siquiera cuenta, se había soltado. No. No necesitaba nada de aquello.
Así que, simplemente, continué caminando, a lo largo de la gran entrada.
Con una mano fría y ligeramente temblorosa, alcancé unas llaves colgadas de un soporte en la pared. Me acerqué a la puerta y, distraidamente, casi por costumbre, alcé el manojo de llaves y traté de abrir la puerta. Llave incorrecta. Probé de nuevo, esta vez con la mano algo menos firme. Sumé una equivocación. Repetí la operación una tercera vez, dando con la llave adecuada.

Con un suave giro de muñeca, abrí lentamente la puerta, casi esperando contemplar algo tras ella. De nuevo, una salada gota caía, empapándome un fino mechón de pelo.

Di un paso y cerré la puerta tras de mí, quedándome en el umbral, sin un techo como resguardo.
Temerosa, di un paso en la acera, seguido de otro, y de uno más, algo menos inseguro.

Caminé, con el frío calándome los huesos y despertándome poco a poco.

Una fina lluvia comenzó a caer, disimulando las lágrimas que de nuevo cubrían mi rostro. Comencé a andar más deprisa, respirando profundamente, almacenando cada uno de mis últimos alientos. Corrí por las calles, esquivando viandantes, sin prestar atención a los pitidos de los coches al frenar de golpe para no chocarse conmigo.
Entre sollozos, y con la vista nublada por el dolor, recorrí el último tramo que me quedaba hasta donde aquella única cosa que amaba descansaba.
Sin importarme quién me viera, salté la baja y oxidada valla negra, desgarrando ligeramente mis vaqueros. Me dio igual.

Corriendo tan rápido como nunca había hecho, llegué hasta la sombra de un árbol desnudo. Deshojado por el dolor y el peso de miles de almas.
Frené en seco, y me arrodillé junto a él, volviéndome hacia una blanca y reluciente lápida.
Con las lágrimas sofocando mi respiración, me acerqué a rastras a ella, y, con sumo cuidado, besé la superficie de mármol con la mayor suavidad posible.

Sin poder contener la tristeza un solo segundo más, caí hacia detrás, quedando sentada sobre mis talones.
Agaché la cabeza, haciendo que mi pelo cubriera mi cara, consumida por la amargura y la aflicción.

Y sola y en silencio, me despedí de ti, y de un mundo nuevo y descolorido.

lunes, 29 de agosto de 2011

Pido perdón


A mi estómago por las mariposas,
a mi almohada por las lágrimas,
por el gran daño al corazón,
sí, cerebro; tú tenías razón.



sábado, 9 de julio de 2011

Golden Tear

Al principio todo lo que alcanzó a ver fue la forma de un hombre... un hombre envuelto en un sucio trapo blanco, acurrucado en el suelo. Unos grilletes le rodeaban muñecas y tobillos, sujetos a gruesas argollas enganchadas a horrendas cadenas clavadas en el suelo de piedra.
«¿Cómo puede estar vivo?» La piedra mágica tembló en su mano y la blanquecina luz danzó a retazos sobre el prisionero. Alcanzó a ver unas piernas y unos brazos demacrados, desfigurados; sin duda señales de incontables torturas. Tenía el cuerpo cubierto de marcas, semejantes a tatuajes, de fino dibujo; runas que recorrían su piel marfil y dejaban ríos negros en ella.
Un rostro calavérico se volvió hacia ella. Había negras cuencas vacías allí dónde deberían haber estado los ojos y un horrible y oscuro agujero en lugar de una boca. Ella lo contemplaba con ojos desorbitados, incrédula.
Un crujido seco rompió el silencio y entonces advirtió, que aquello que a primera vista había parecido un viejo y sucio trapo, eran en realidad unas alas. Alas blancas que se elevaban tras su espalda en dos medias lunas de un albo inmaculado; lo único inmaculado en aquella habitación inmunda.
El ángel alzó la cabeza y ella pudo contemplarlo mejor. Su rostro estaba acuchillado a cicatrices, parecía una hermosa pintura destruida por vándalos.
Y aun así, podía apreciarse que hacía tiempo, siglos tal vez, había sido una criatura hermosa.
Mientras ella lo contemplaba atónita, abrió, aún más si cabe, la boca y de su garganta brotó un sonido... no fueron palabras, sino música dorada, una única nota desgarradora, mantenida y mantenida, tan aguda y dulce que el sonido le causó una profunda tristeza, cómo nunca antes había sentido...
Repentinamente, los contornos negros que recorrían su piel, se tornaron cobre, y más tarde dorado. Comenzaron a brillar, al tiempo que sus alas refulgían de un blanco tan puro y claro que emitía una luz que prácticamente hacía daño a los ojos. Dejó caer la piedra mágica y su luz se extinguió, de modo que la única iluminación que quedaba en la estancia provenía del ángel.
Ella, aturdida por aquella música rota, cada vez más y más aguda, se dejó caer de rodillas contra el suelo. Cayó hacia delante en una convulsión, apoyó las manos contra el suelo y metió la cabeza entre los brazos.
Cerró los ojos, y justo cuando aquella nota culminaba con una agudez dolorosa, una serie de imágenes comenzaron a tomar forma en su cabeza.

Y de pronto ya no estaba allí, sino en una bodega completamente vacía, salvo por un hombre, que se encontraba en el centro de la estancia y sostenía en sus manos un viejo y polvoriento libro. Susurraba palabras extrañas en un idioma que ella no conocía y sus ojos, transparentes y brillantes, de un color ámbar, brillaban con una furia triunfante. Al acabar de recitar, un estallido de llamaradas explotó en el centro de la habitación, y al momento una figura descansaba entre las cenizas; un ángel, con las alas extendidas, manchadas de carmesí, ensangrentadas; como un ave derribada en pleno vuelo...

La escena cambió. El mismo hombre paseaba nerviosamente por la habitación en la que ella sabía que se encontraba en ese instante, con un cuchillo de embelesador aspecto en la mano.
- ¿Por qué no quieres hablar? -masculló el hombre- ¿Por qué te niegas a darme lo que quiero? -Hincó el cuchillo, y la bella criatura se contorsionó mientras un líquido salía de su herida -. Si no quieres darme respuestas, me darás tu sangre.

La escena se desmenuzó en fragmentos, y a medida que su visión se desvanecía, ella comenzó a captar vislumbres de imágenes que le resultaban aterradoramente familiares: ángeles, con alas tanto blancas como negras, extensiones de negro agua, semejante a un espejo, oro y sangre. Más ángeles y el símbolo de la inmortalidad gravado a su lado.

Las imágenes desaparecieron en un instante, y al desvanecerse, el ángel paró de cantar. Ella volvía a estar en su cuerpo, de regreso al sótano que había sido la prisión de aquella antaño grácil criatura durante décadas, tal vez más.
Soltó el aire con un sollozo.
El ángel permanecía silencioso, totalmente inmóvil, con las alas plegadas a las espalda, cúal esfinge esquelética.

Alargó las manos hacia el ángel, sabiendo que la distancia que había entre ellos aún era amplia, con el corazón dolorido. Durante años, él había estado allí abajo, sentado en silencio y solo en una profunda oscuridad, soportando torturas y muriendo de hambre siendo incapaz de perecer.

A duras penas y como pudo, ella se puso depié y lentamente, avanzó hacia él. Al poco, siendo sus piernas incapaces de mantenerla en pie, siguió su camino gateando sobre el sucio suelo. Continuó acercándose, y, cuando apenas faltaban quince centímetros para llegar a él, el ángel levantó la cabeza, cómo si con sus cuencas vacía pudiera contemplarla. Asustada, aunque decidida, ella siguió acercándose a él, con cuidado y precisión.
Alargó la mano al frente y la detuvo a escasos milímetros del tenebroso rostro de la criatura.
No se atrevía a tocarlo. Tenía miedo a que algo pasara.

Acercó su cara a la de él y cerró los ojos. Imaginó por lo que aquel ser tenía que haber pasado, sin reaccionar apenas, inmóvil, sin tomar venganza. Tal bondad debía haber en su corazón como para poder quedarse quieto frente a semejante atrocidad.
Apretó los ojos y una única y cristalina lágrima resbaló por su mejilla. Quedó pendiendo en su barbilla y, un segundo después, cayó precipitándose al suelo.
Pero un instante antes de que la gota rozara el pavimento, el ángel, con un grácil movimiento, colocó las manos delante de sí mismo, capturando la gota antes de que estallase en el frío cemento.

Al momento el ángel alzó de nuevo la cabeza, y en un rápido movimiento, sus alas se volvieron a abrir y sus oscuras cicatrices resplandecieron de nuevo, cada vez más brillantes, hasta un punto en que iluminaban toda la sala. Sus alas comenzaron a refulgir, ahora extendidas hacia arriba, prácticamente rozando el techo y de sus cuencas y su boca comenzaba a brotar un líquido dorado, tan dorado que parecía luz solar derretida.
En el pecho del ángel comenzó a abrirse una herida, profunda y color cobre. Estallaron llamas de la herida, que se propagaron hacia fuera desde el lugar dónde debía estar su corazón. El cuerpo del ángel titiló convertido en una llama blanca, y ella se apartó de él unos pocos pasos. Las cadenas que arpisionaban al ser ardían escarlata, como hierro dejado demasiado tiempo al fuego.

Las alas se abrieron de par en par, puras y refulgentes, antes de que, también ellas, prendieran y llamearan, en un entramado de reluciente fuego sagrado.

De nuevo, el ángel comenzó a cantar. Sin embargo, esta vez no se trataba de una única desgarradora nota, sino de una suave y lenta melodía. Sin necesidad de palabras, ella entendió que aquella música hablaba de perdón, de vida y de agradecimiento.

De nuevo se sintió aturdida, y una imagen se formó tras sus ojos.

Era el ángel. Aunque no se trataba de un ángel maltratado, torturado y apresado en un sótano. Áquel era un ángel en todo su esplendor. Su piel despedía un brillo dorado y sus alas batían lentas en un suave fulgor plateado. Su rostro joven y vivo mostraba una expresión serena y cordial. «Gracias.» Pudo entenderlo sin necesidad de palabras. Como si entre ellos existiese una especie de comunicación silenciosa. Ella sonrió, y él le devolvió la sonrisa. Fue la sonrisa más hermosa y a la vez aterradora que jamás vería.

Y con un suspiro, la imagen se fue. Se frotó la sien, y al abrir los ojos de nuevo, se encontraba sola y a oscuras en aquel sótano.


jueves, 30 de junio de 2011

Trece

El tiempo tuvo un último consejo,
Siento que el dolor es mi maestro.
Más allá de todos esos besos,
Todo se aclaró, todo en su lugar.
Hice lo mejor que pude: amar.
Resignación. Ya no hay vuelta atrás.
Ay de mi melancolía, déjame llorar.
Curen las cicatrices y sanen las heridas
Sombras de sentir que dejaste en mi vida.
Borra las huellas y el sentimiento.
Con tan sólo evocarlo, pierdo el aliento.
El recuerdo vuelve a ser mi compañero.
Hoy, he de afrontar el miedo.



lunes, 9 de mayo de 2011

Para Lucía

Sé que cuesta, lo sé. Sé que es difícil, de eso también soy consciente. Sé lo que sufres, he pasado por ello. Pero nunca te derrumbes. Si lo haces, no harás más que perder.

Porque ganar, no significa no caerse, sino continuar por muchas que sean las veces que lo hayas hecho.
Ganar tampoco significa no mirar atrás, sino poder hacerlo y, aún así, lograr seguir adelante.
Ganar no es olvidar lo malo, sino ser capaz de recordarlo y vivir con ello.
Ganar no es no equivocarse jamás, sino aprender de cada uno de los errores cometidos, por muchos que sean.
Ganar no es salir siempre victorioso, sino aprender una valiosa lección de todas y cada una de las derrotas.
Ganar es la vida. En ello se basa. Aunque pienses que pierdes, aunque no le encuentres un lado positivo a tu situación, siempre lo habrá. Porque por mucho que nos esforcemos en convencernos de lo contrario, en el fondo sabemos, que todo tiene un lado bueno. Por muy pequeño que sea, por muy escondido que esté, o simplemente por desconocido que sea, no tiene por qué significar que no esté ahí. Porque lo está, siempre lo está.

Y con esta entrada lo que pretendo no es que reflexiones, sino tan sólo, darte las gracias.
Por todo. Por lo que haces y lo que no llegas a hacer. Porque aunque no lo notes, siempre estás ahí. Porque aunque tú no lo sepas, jamás te voy a olvidar. Ni tan siquiera cúando nos separemos, siempre te recordaré.

Y quiero de nuevo dar las gracias, no por tenerte cómo amiga, sino por el simple hecho de compartir aula con una persona tan extraordinaria cómo tú.
Porque eres ese uno entre un millón. Eres esa persona que marca la diferencia.
Eres esa pequeña parte del mundo, esa escasa clase de persona, por las que merece la pena vivir.
Y créeme cúando te digo, que alguien que no quiere disfrutar de tu compañía, no la merece.
Y acepta mi consejo, y ama todo lo que puedas. Porque por mucho que puedas perder, al final habrá alguien que no se vaya. Al que no pierdas. Alguien que se quede contigo por encima de todo.

Y sábete que siempre habrá una persona que estará ahí. Alguien que por mucha distancia que haya de por medio, estará dispuesta a cruzarla para estar junto a ti. Una persona que nunca te abandonará, aún cúando parezca que lo ha hecho. Alguien que siempre te recordará.
Alguien que por muy cerca que estés, siempre te echará en falta.

Alguien, que te quiere por encima de todo.
Y ese alguien soy yo.

jueves, 5 de mayo de 2011

Peligro


Las manos sobre los ojos,
apretando fuerte.
Sin atisbar entre los pliegues.
Y eres tonta,
aunque tú no lo recuerdes;
cierras tu mente
y no ves lo que debes.
¿Sabes qué aguarda,
a que bajes la guardia,
cúando tu pulso se acelera?
No, no lo sabes.
Porque no tienes ni idea.

Tan sólo esperas,
sin miedo,
cúal témpano de hielo.
Igual de fría,
igual de distante.
Ojos de cielo;
afilados y cortantes.
Y tu bella capa roja,
haciendo tal contraste.
Sí, ya estás en peligro.
Claro que eso,
todavía no lo sabes.





jueves, 28 de abril de 2011

Sombras

Anoche noté tu sombra,
vagando en mi almohada
sentí como buscaba cobijo
en lo más profundo de mi alma.
No cesó hasta adentrarse
en lo más oscuro de mis ojos.
Allí encontró consuelo,
dónde otra sombra la aguardaba.
Juntas serán por siempre
la sombra que me acompaña



domingo, 17 de abril de 2011

Life is War


Yo era una princesa. Una princesa cómo cualquier otra. Aguardaba en mi torre, a que él llegara. Esperaba, apoyada en el balcón, hasta que mis piernas se entumecían y mis ojos se cerraban solos.

Permanecía sentada en la cama, atenta al silencio de la noche. Preservando las esperanzas, de que algún día, él vendría a mi encuentro.

Ahogaba el sentimiento de tristeza al ver cómo, de nuevo, las montañas se tragaban el Sol y la luz, junto con mis ilusiones, se apagaba. Y una vez más, cúando el fulgor de la estrella brillaba de nuevo, mis certidumbres renacían, otra vez dispuestas a esperar.

Pero yo sabía que aquellas esperanzas no me iban a durar demasiado, no lo suficiente. Sabía que todo aquello en lo que creía, no era cierto. Y aún así, debía creerlo. Porque, si no lo hiciese, ¿qué me quedaría? Mi vida se reducía a la esperanza y al vacío. Y si me apartaba de ello, no tendría nada.

Debía seguir esperando a lo que fuese que tuviese que suceder.

*****

Otro día acababa. Me decidí a irme a dormir. Lo que fuera a pasar, no lo haría en lo que quedaba de día. Y si así era, viviría con ello.

Cómo cada noche, me despojé de mi pesado vertido y lo dejé sobre la cómoda junto a la cama. No valía la pena guardarlo; en unas cuantas horas, me lo volvería a poner, eso lo sabía. Y todo comenzaría de nuevo. También era consciente de eso. Pero me daba igual. No había nada que yo pudiera hacer. Estaba encerrada para siempre, o al menos eso era lo que parecía.

Agarré mi suave camisón y me lo enfundé lentamente. Recogí mi larga melena en una trenza que prácticamente rozaba el suelo.

Me senté en el pequeño taburete que descansaba junto a mi tocador. Pasé una mano por el espejo polvoriento que reposaba encima. Hacía tanto que no contemplaba mi reflejo, que ya apenas me reconocía.

Seguía siendo hermosa, o eso creía yo. Claro que tampoco tenía a alguien que lo corroborase. Pero había cambiado. Ya no había en mi rostro rastro de facciones infantiles. Era una mujer. Una mujer de mirada fiera y felina. Eso era lo que había cambiado. Ya no tenía una mirada dulce e inocente. Se había vuelto fría cómo el hielo e impenetrable cual muro.
Me preguntaba quien sería capaz de enamorarse de esta mirada.

Me puse en pie y me dirigí lentamente hacia la cama. Abrí las suaves sábanas y resbalé hasta el cálido interior de la cama. Allí me sentía bien. Ahora dormiría, de nuevo sin nada que soñar, cómo cada una de las casi 7 000 noches que llevaba encerrada en lo alto de aquella torre.
Me recosté y cerré mis ojos. Aguardaba al sueño, pero no llegaba. Tardé bastante en conciliarlo, pero una vez lo hube hecho, esto fue lo que pasó por mi cabeza:


En lo alto de la montaña, una chica de hermosa figura descansaba alerta. Tenía la vista puesta en el horizonte, expectante. Casi parecía que estuviera esperando algún peligro al que enfrentarse. Cómo si necesitara adrenalina para sobrevivir en el mundo. Llevaba una vieja y abollada armadura, corroída por mil y una historias de batallas en las que había participado. Tenía cicatrices aquí y allá. Pero aquellas marcas no la afeaban. Le daban un brillo especial; la hacían única. Y su mirada daba a entender que muchas más recorrerían su figura. Su mirada fiera y felina.

Con un grito ahogado, desperté y me incorporé en la cama. ¿Qué había sido eso? ¿Había soñado, por primera vez en más de 18 años? Aún no lo creía, pero recordaba el sueño con claridad. Debía significar algo, tenía que hacerlo.
Salté de la cama y corrí al armario. Me quité el camisón y rebusqué dentro. Nada. Nada que me sirviera. Corrí escaleras abajo. Sabía que no llevaba más que el corsé y las cortas enaguas, pero me era indiferente. Necesitaba encontrar algo, aunque no estaba muy segura de qué buscaba.

Aún así, seguí recorriendo la torre, abriendo todas y cada una de las puertas, de los armarios, de las despensas.

Subí y bajé las escaleras una y otra vez, rebuscando en cualquier hueco que pudiera contener algo. Estaba cansada, desfallecía, y tropecé. Caí con fuerza sobre las tablas de madera, cerca de la escalera. Oí un crujido extraño y miré atentamente.
Había algo, algo raro.
Escruté las placas de madera y descubrí una puerta entreabierta mínimamente.
Lentamente, me levanté y empujé la puerta con la punta de los dedos.
Eché una ojeada dentro.

Allí estaba. Eso era. Aquello era lo que había estado esperando 18 años de mi vida.
Al otro lado de la pequeña y estrecha sala, imponente, había una hermosa y reluciente armadura. Una bella armadura de negro metal, con centelleantes destellos plateados. Me acerqué y pasé las manos por la pechera. Al suave contacto saltaron pequeñas chispas de electricidad.
Estaba hecha para mí. Era mía.

La recorrí con la mirada. Era hermosa, fiera, delicada y salvaje; todo a una. Era yo.
Completamente yo.

Alcé la mano y acaricié su superficie. Se basaba en una pechera, corta, lo suficiente para cubrir pecho, hombros, espalda y barriga; hasta el ombligo. Tenía una cota de malla plateada debajo de la pechera y guantes acorazados. Bajé la mirada. Había una hermosa falda de placas metálicas. Era corta, llegaría hasta la mitad de mi muslo, cómo mucho. Debajo, unos ligeros pantalones de tela gruesa hasta la rodilla. Y aún más abajo, unas relucientes botas negras.

Y apoyada en la pared de detrás, una larga y blanca espada. Tenía sendas inscripciones en un idioma que no era capaz de leer. Su mango eran dos dragones entrelazados y tenía dos únicas piedras preciosas negras incrustadas a ambos lados. Diamantes negros.

Sin pensar ni un segundo más, lo cogí todo con dificultad y corrí escaleras arriba. Lo tiré sobre la cama y me miré al espejo de pie.

Alargué la mano hasta la espada y la levanté. Ahora sí parecía yo.

Pasé la espada por detrás de mi cuello, la bajé hasta la altura de la cintura y, sujetando la trenza, dí un fuerte tirón. El pelo cayó al suelo cual larga y dorada cortina. Dejé la espada sobre la cómoda y me agaché a recoger dos de mis cintas del pelo. Con rapidez y eficacia, me até una coleta, y después una trenza, considerablemente más corta que la anterior.

Me dí la vuelta hacia la cama y comencé a enfundarme la armadura. Me iba perfecta. No tenía dificultad a la hora de ponérmela. Cúando acabé, me miré una vez más al espejo.

Había cambiado, una vez más. Ya no era la chica que aguardaba a su príncipe desesperada.
Ahora era una guerrera.

Agarré la espada y la enfundé, atándola a mi cintura.

Caminé rápida y bajé las escaleras. Agarré comida y unas pocas cosas más que probablemente me vendrían bien en mi viaje. Estaba radiante de alegría.

Pero al llegar abajo, mis ánimos se disiparon rápidamente. Seguía encerrada en aquella estúpida torre. No había manera de salir. ¿Cómo había sido tan ilusa?

Con más furia y enfado de lo que jamás había tenido antes, arremetí contra la puerta. Nada sucedió. Golpeé una segunda vez, con más fuerza. La puerta se resquebrajó un poco. Con ira, cargué una vez más con el hombro contra la puerta, y con un sonoro estallido, se partió en mil y un pedazos, y rodé por el suelo. Con una sonrisa triunfante, me levanté y me sacudí la tierra de la armadura.

Corrí ladera arriba, riendo y gritando.

Llegué a lo alto de una alta montaña y descansé alerta. Posé la vista sobre el horizonte, expectante. Esperaba algún peligro al que enfrentarme. Ahora que era libre, necesitaba adrenalina para sobrevivir en el mundo. Llevaba mi nueva y reluciente armadura, lista para ser corroída por mil y una batallas que iba a librar. Mi miraba daba a entender que miles de cicatrices recorrerían mi cuerpo; pero no me afearían. Me darían un brillo especial; me harían única; cómo siempre había sido. Mi mirada, fiera y felina, escrutaba el paisaje en busca de aventuras que fueran completamente nuevas para mí.

*****

Yo era una princesa. Sólo que no era cómo ninguna otra. Aguardaba en lo salvaje a que algo llegara. Luchaba, apoyada en las rocas, hasta que mis piernas se entumecían y mis ojos se cerraban solos.

Permanecía sentada en la hierba, atenta al silencio de la noche. Preservando las esperanzas, de que algún día, él vendría a mi encuentro.





jueves, 14 de abril de 2011

Los ojos de la bestia


Aún era una cría. Cúando entré en casa me estaba esperando una de esas broncas. Las de siempre. Recuerdo palabras sueltas "en esta casa hay unas normas, mientras estés bajo este techo vas a cumplirlas" o "nunca llegarás a nada y no intentes..." Pero esa bronca fue distinta a todas las demás. Puede que fuera mi punto de vista; puede que me hiciera mayor. Pero por primera vez sentí el deseo de huir y no volver jamás.

Recuerdo salir corriendo desesperadamente para encontrar un lugar en el que refugiarme. Bajé la cuesta del parque a toda mecha y al llegar, recuerdo el caos.
Recuerdo la sangre, los gritos, el horror en el ambiente, el olor del miedo. Recuerdo a la gente correr intentando salvar sus vidas. Estupefacta, salí corriendo de nuevo y me paré en seco.
Había cadáveres, decenas de ellos. Había mujeres llorando a sus maridos y ancianos despidiendo a sus nietos en un trémulo silencio.

Y entonces lo ví.
Jamás habría imaginado algo así. Era un perro, leonado, con brillante pelaje negro moteado. Tenía un tamaño descomunal, medía más que un caballo. El vello de sus hombros estaba erizado y corría dando dentelladas a cualquier viandante que se cruzara en su camino. Su al rededor, cual aura, brillaba de un negro profundo. Despedía odio.

Lo contemplé estupefacta y cerré los puños. Quería salir corriendo por puro terror. Pero algo en mí, me decía que no lo hiciera. Debía quedarme quieta. Cerré los ojos, un sólo momento.

Y al abrirlos, me topé de lleno con sus ojos. Recuero que tan sólo fue un instante, pero jamás ví algo cómo aquello.
Sus iris no tenían color fijo, eran cómo una mezcla cambiante de texturas aterradoras. Una sinfonía de colores que aterraban nada más mirarlos. Y, sin embargo, había bondad en ellos. Por un instante me sentí tranquila, en paz.

El enorme animal se paró un minuto, observándome.
Sé que debería haber tenido miedo. Pero no lo tenía. Sé que, probablemente, tendría que haber huído para salvar mi vida. Pero tampoco lo hice. En mi mente, tan sólo dos frases "No tengas miedo, no has de tenerlo. No te atacará si no le das razones para hacerlo". Así que me quedé allí, respirando pausadamente.

Y entonces, empezó.
Corrío hacia mí tan deprisa que apenas podía contemplar su sombra. De alguna forma sabía que nada pasaría. De repente, saltó sobre mí y atrapó mis brazos con sus enormes zarpas. Recuerdo los gritos horrorizados a lo lejos:
"Dios, la va a degollar" "Mira, pobre niña" Aunque no les hacía caso. Lentamente acercó su cara a la mía, y me lamió. Me sorprendí, no entendía nada.

Recuerdo no comprender lo que pasó, y lo siguiente que recuerdo fue un disparo y al infeliz animal saltando como un resorte.

Esa fue la primera vez que sentí dos emociones tan seguidas y tan opuestas la una de la otra. Fue la primera vez que sentí paz, justo después de sentir miedo.
Y fue la primera vez que realmente sentí una gran pérdida por algo.



martes, 12 de abril de 2011

Espontáneo



Eran las seis de la mañana y se despertó sobresaltada. Había tenido un sueño extraño.
Había soñado con un lugar que no conocía; lejos de su trabajo, de sus amigos, de su familia, de su pareja; de su vida. Y lo extraño, es que allí era feliz. Increíblemente feliz.

No recordó mucho más de aquel sueño, pero nada más despertarse, se levantó de la cama, y se acercó sigilosamente al armario. No quería despertar al pequeño ovillo acurrucado al otro lado de la cama, junto a su chico, que dormía plácidamente soñando no se sabe qué.
Sacó una maleta pequeña en la que metió poca ropa y una pequeña mochila que llenó con un par de fotografías polvorientas, algunos CDs y unos cuantos libros. Recuerdos, pensó. Cogió dinero y lo metió en su cartera.

Se dirigió al pequeño y abarrotado escritorio al final de la habitación y cogió un papel y un bolígrafo. En él apuntó un par de números de teléfono. En otro papel, con letra irregular, escribió:

Perdóname. No esperes por mí. No volveré, al menos no pronto.
Siempre os querré.

Y lo dejó en la mesilla del chico con el que había compartido los últimos diez años de su vida.
Agarró la maleta y se echó la mochila al hombro.
Salió por la puerta y corrió al aeropuerto.

El primer billete a un lugar lejano y diferente. Dijo a la azafata. Ella le tendió el billete.
Bali, Australia. Sonaba bien. Era el lugar adecuado.
Dos horas más tarde ya sobrevolaba el océano en pos de su nueva vida, lejos de todo.

Era consciente de que nadie la entendería y que la juzgarían por marcharse así; pero no le importaba.
Tenía 32 años, odiaba la monotonía más que ninguna otra cosa y llevaba anclada a la misma rutina, día tras día, durante 10 años. A una vida que jamás hubiera imaginado cómo suya.

Yo no he nacido para esto. Se repetía una y otra vez esa frase. Cada día. Y, hoy, nadie sabía por qué; había escapado.

Aún tenía miedo de su decisión. Pero se estaba dando cuenta de una cosa: las decisiones, ya fueran grandes o pequeñas, siempre son el comienzo de algo.

Y ella había comenzado sonriendo.



martes, 22 de marzo de 2011

Alma

Llego a la plaza y miro al rededor.Avanzo en silencio hasta una zona más tranquila.
Descuelgo la mochila de mis hombros y me siento en un banco.
Aguardo unos instantes, contemplando.

Extraigo una libreta y un lápiz; lo necesario para ser feliz.
Me llevo el lápiz a la boca y casi sin darme cuenta, comienzo a roerlo.
Pasan unos pocos minutos hasta que soy consciente de ello.

Agarro el lápiz con decisión y lo llevo a la hoja en blanco.
Mi mente, a la par con la ella, se ha quedado sin ideas.

Inspiración..., inspiración... ¡¿A dónde has ido?!
Siempre te tengo, y cúando te necesito, te vas sin más.

Pasan los minutos; las horas, mientras espero a que llegue.
Pero no lo hace.

Hoy no.



miércoles, 16 de marzo de 2011

Yo...

que me vuelvo loca por instantes, y me dejo más y más a cada segundo;
que caigo presa de mí misma, y me pierdo en mis recuerdos;
que no sé que hacer o no, ni mucho menos qué pensar;
que siento que caigo al olvido, cada vez que presto atención a mis pensamientos.

Yo, que tan sólo necesito prestar atención a mi vida, y no soy capaz, porque demasiadas cosas llenan mi cabeza.
Yo, que he llegado a la conclusión de que nunca debí decir que no era posible, y jamás debí darme por vencida.
Yo, que me empeño en afrontar problemas que no debería y soy tan cabezota que no me soporto.
Yo, que tengo demasiadas cosas inconfesables que contar al mundo.





Yo, tan sólo yo.

lunes, 14 de marzo de 2011

Mundo soñado

Quiero irme. Lejos, muy lejos. Dejar este mundo atrás y no regresar nunca.
Llevarme mil y una cosas conmigo, tan sólo lo que realmente necesite.

Quiero poder decir adiós a todas mis vivencias, olvidarlas y pasar página.
Abandonar mis recuerdos en un claro de silencio y adentrarme en el bosque de aventuras.

Quiero poder decir que soy fuerte; que nada me afecta ,y que sea verdad.
Afrontar cualquier adversidad y reconciliarme con mi destino, que parecía haberme dado la espalda.

Y regresar al país de Nunca Jamás, para matar dragones, y cantar con sirenas. Y volar con las hadas. Y que llegue el invierno, y poder congelarme para siempre.
Fría, muda, detenida en el tiempo.

Y que una mañana de primavera, me alcance un rayo de sol, me despierte de mi sueño eterno, para contemplar de nuevo el mundo a mi al rededor.

Y así poder regresar a mi vida, y vivirla; sin preocupaciones, sin temor.

Para Carlota. Que tus sueños sí se cumplan.

domingo, 13 de marzo de 2011

¿Cómo...?

¿Qué haces cuando despiertas y descubres que todo es un leve recuerdo,
que lo que creías real solo es un sueño?
¿Cómo afrontar lo que no conoces,
cómo descubrir tu nueva realidad...,
si lo único que quieres es que todo siga igual?
Pero ya nada es igual
¿Cómo lo dejaste pasar?
¿Cómo es que simplemente nada es igual ya?
¿Será posible despertar a tu nueva realidad,
o nada volverá a cambiar?

domingo, 6 de marzo de 2011

Debía tomar una decisión


Estaba allí plantada, mirando a un lado y al otro.
Delante de ella, se abrían dos caminos, aparentemente iguales.
No sabía cómo tomar aquella decisión. No sabía que le depararía el futuro.
Pero debía hacerlo, y seguiría adelante.

Los dos caminos eran parecidos, prácticamente un espejo el uno del otro.
No tenía idea alguna de cúal debía coger, así que echó un rápido vistazo:

De repente, al mirar más atentamente, el paisaje comenzó a cambiar; ya no eran dos caminos iguales. Ahora, en uno podían apreciarse mil y una cosas horribles.
Eran sus pesadillas cobrando vida. En el otro, un hermoso pasaje frondoso y seductor.

Pero estas imágenes no permanecieron así mucho tiempo. Todo iba cambiando y no había instante en el que adoptara una forma fija. Todo era un frenesí. Y mirando más atentamente, se dio cuenta de que esas imágenes estaban sacadas de su propia memoria, pero estabas distorsionadas. Eran las mismas personas, pero no las mismas vivencias.
Mientras, en el otro; imágenes completamente distintas, sin personas en particular; caras vacías. Pero aparentemente tranquilas.
Mientras contemplaba maravillada aquella mezcla de tranquilidad y hermosura, las otras imágenes cobraron vida e hicieron amago de acercarse a ella.
Aterrada, echó a correr camino arriba, moviéndose rápida, usando todas sus fuerzas en escapar de aquella pesadilla.

Escasos minutos después, llegó a una bonita plaza, en medio de una ciudad. Todo tranquilo.
Se sintió aliviada y libre, y comenzó a caminar para despejarse.

Se suponía que iba a ser un día precioso, pero entonces llegó la tormenta y lo cambió todo. Y no sólo cambió las casas y los jardines, las personas también habían cambiado. Todo se había tornado una catástrofe. Había devastación y horror por dondequiera que miraba. Y mientras la tormenta desataba su furia, ella corrió, y liberó su conciencia mientras corría, pensando en su vida. Pensando en su pasado, su presente y su futuro.

Recordó todo y a todas las personas que guardaba en su memoria, y recordó los malos y bueno momentos. Imaginó una vida mejor a la que tenía, pero no supo cómo debía hacerlo, pues, para ella, su vida ya era perfecta.
Trazó en su mente los perfiles de sus personas queridas, y se preguntó que habría pasado si los hubiese tenido cerca. Pero era demasiado tarde para eso. O tal vez no.

Y se dio cuentas de que debía escapar, porque se había dado cuenta de que su vida, realmente valía la pena.

Corrió unos metros más y se paró en seco; ya no podía más. Este era el final. Su terrible grito desgarró el cielo y cruzó el paraje en todas direcciones.

Si ese era su futuro, no quería seguirlo; no quería vivirlo.

Cerró con fuerza los ojos, deseando salir de ese lugar en ese mismo momento. Y al instante ya no estaba allí, sino lejos, muy lejos. Y delante de ella se abrían dos caminos, aparentemente iguales; pero sólo ella sabía que había una gran diferencia. Y ahora sabía cúal de ellos debía tomar.



Para Lucía, elige siempre el bueno.

martes, 1 de marzo de 2011

Viejos recuerdos olvidados

Asomo los pies por un lado de la cama y voy de puntillas por el desgastado suelo de madera, evitando las tablas que sé que crujirán. La luz violácea entra a raudales por la diminuta ventana redonda que hay al final del pasillo. Recorta sombras en las vigas del techo y en los pomos cristalinos de las puertas que motean el suelo de colores, llenando la estancia de formas y texturas suaves.

La casa está en silencio, pero desde fuera llegan las llamadas de los pájaros más madrugadores.
La luz mortecina apenas ilumina el suelo que piso, pero no necesito luz para orientarme por él, lo conozco bien.

Voy paseándome sigilosamente por las distintas habitaciones; contemplando pedazos de mi vida.
Al llegar a la puerta de una habitación en concreto, vacilo y me detengo frente a ella. Sé que acabaré abriendo la puerta, cómo siempre hago; esperando encontrar dentro algo más que viejas fotografías y álbumes de fotos polvorientos. Viejos recuerdos que sé que han pasado a la historia, y sin embargo, aún forman parte de la mía.

Sigo esperando a que llegue un día en que todo aquello sobre, en que ya no lo necesite. Un día en que todo aquello se deje atrás, y ya no importe más. Aunque sé perfectamente que mientras no pueda olvidar, tampoco podré dejar de evocar todas aquellas cosas en mi mente.
Aunque tampoco estoy del todo segura de si quiero dejar de lado todas aquellas vivencias que me persiguen. Al fin y al cabo, forman parte de mi vida.

Sigo indecisa, es cierto que si abro la puerta todo el peso recaerá sobre mí, pero de algún modo, si la dejo cerrada, no me libraré de la carga que llevo a hombros.
Ya no hay más opciones. No hay más salidas.
Con sumo cuidado, poso la mano sobre la puerta y apoyo la cabeza encima. Me muerdo el labio y recapacito.
No sé que hacer.

Tengo un conflicto interior, y no sé como solucionarlo.
Lentamente mis ojos se cierran. Todavía no sé si lo soñé o lo imaginé, lo único importante es que valió la pena.

Y con ello me he dado cuenta de que ya no vale la pena seguir huyendo de algo que no existe. Porque ese algo ya ha pasado, el historia. Y, desde luego, ya no forma parte de mi vida.
Es estúpido huir de demonios que ya ni siquiera te persiguen o atormentan, igual que es inútil seguir chupando el palo de una piruleta consumida.

Me he dado cuenta de que en la vida lo que hay que hacer no es tratar de repetir algo que te encantó, un momento mágico de tu vida; sino crear nuevos y mejores momentos para darle ilusión. Cómo cuando hinchas una pelota de playa. La hinchas una vez, y, sin darte cuenta, reutilizas el aire de esa misma bocanada para seguir llenándola. Y así no consigues nada. La única manera de acabar de inflarla es tomar nuevas bocanadas de aires, expulsarlas y repetirlo.

Y así es la vida. Si quieres llevar una emocionante, innova y no te ancles al pasado, acabará pasándote factura. Desata tus lazos y líbrate de las preocupaciones que lleves a la espalda. Suelta el peso que te retiene junto a los malos recuerdos como si de un yunque se tratase.

Lentamente, giro el brillante pomo, haciendo amago de abrir la puerta, pero doy marcha atrás. Recapacito y pienso. Y aparto la mano de la puerta. Giro sobre mis talones y me doy la vuelta.
Me quedo de cara a la pared contemplando un cuadro de vivos colores. Giro en redondo y continúo mi paseo matutino por la casa. A veces, algunos recuerdos, es mejor no evocarlos.




lunes, 28 de febrero de 2011

Yo, solamente yo


Sé que he elegido mal, una o dos veces ya, tal vez más.
He tomado malas decisiones, enterrándome en mi propio olvido.

He permanecido allí, lamentándome cada minuto de mi existencia; pensando que ya nada podía ir peor; que no había nada por lo que luchar. Y a base de sangre y lágrimas, he aprendido que estaba equivocada. Cúando te sientes así, eso el lo peor que puedes hacer. Y si lo haces, te vas hundiendo más y más hasta acabar hasta el cuello de temores y problemas sin resolver. Y, para algunos de ellos, actuar es demasiado tarde.

Me he sentido maltratada, fuera de lugar e insignificante. Me he sentido odiada, ignorada y abucheada. Me he creído inútil y estúpida. Y, sin embargo, aquí estoy.
He cavado mi propia salida a través de dolor y pérdida. He sufrido, no en vano. Siempre he tenido un objetivo en mente.
Me he perdido a mí misma ínfimas veces, pero con un poco más de fuerza de voluntad, he logrado recuperarme.
He saltado los baches del camino, y esquivado todos los obstáculos. Y sigo aquí.

Muchas veces me equivoco, lo sé. Y muchas otras defiendo ideas que no son correctas, pero se me meten en la cabeza y no hay quien las saque de ahí.
Sé que hay cosas que debo cambiar de mí, y las cambiaré, aunque sean muchas.
Sé que a veces me comporto como una estúpida, y me pongo histérica sin razón.
Soy consciente de todos mis defectos. De lo que me gustaría ser consciente es de todas mis virtudes, por pocas que sean.

Pero esto se acabó. He perseguido todos mis demonios, me he enfrentado a ellos, y he salido vencedora. Ahora todo está bien.
Hay calma después de una tormenta.
No hay nada de que preocuparse. Al menos por ahora.

Pase lo que pase, seguiré adelante, aunque a nadie le guste que lo haga, o me intenten sabotear.
No voy a dejar que nada acabe conmigo. No pienso rendirme. No voy a ceder.
Voy a llegar a la meta, no me importa cúal sea el camino que he de seguir. Pero lo haré.

viernes, 25 de febrero de 2011

"Demasiados"

Hoy más que nunca, estoy hecha un lío.

Tengo demasiadas cosas en la cabeza. Demasiado que hacer, demasiado en lo que pensar, demasiado que solucionar.
Y sobre todo, demasiado que sentir.
Demasiadas emociones y sentimientos rondando por mi cabeza y bajando a mi corazón, para volver a la cabeza transformados en algo completamente distinto.
Lo que es ira acaba siendo un simple enfado, lo que es un simple enfado se hace intriga y miedo, lo que es intriga y miedo reaparece cómo comprensión; lo que es comprensión acaban siendo celos; lo que son celos, acaba por ser frustración; lo que es frustración pasa a ser pena; lo que es pena, acaba en añoranza; la añoranza en amor, y el amor en una profunda ira. Y así hasta la saciedad.
Ida y vuelta, vuelta e ida. De alante atrás, y viceversa.

Y llega un momento en el que me harto, y acabo por sacar el comodín.
Acabo por pasar de todo, procurando no sentir nada.

Y en cierto modo funciona, las cosas no me pesan tanto cómo antes, todo me resbala; soy transparente. Sin embargo, deja un enorme vacío en mí, que no puedo llenar sin sentimientos.

Pero no puedo permitirme recuperarlos, porque si lo hago, todo caerá sobre mí cómo una enorme piedra, y aplastará lo que me queda de cordura.
Así pues, estoy indecisa. No sé que hacer.

Quizá debería remontar mi vida, dejar que los sentimientos ocupen su lugar de nuevo, para así llenar mi vacío interior, encontrarme de otra vez, y volverme loca por completo.

Hay también una segunda opción, que es dejarlo todo cómo está, saltando los baches en lugar de afrontarlos. Pasándolo todo por alto, y volverme alguien frío y falto de tacto. Aunque al menos así podría tomar un respiro a mi ola de "demasiados".

Pero ninguna de las dos opciones me convence, les falta algo, y no sé lo que es.
Creo que lo mejor, por ahora, será tomar la tercera opción, que viene a ser fingir que todo me resbala, y despotricar con alguien o algo; desfogarme, soltar todo lo que tengo.
No es que sea algo muy sano, pero ahora es lo que mejor suena.


domingo, 20 de febrero de 2011

Cambios

Nunca creí poder soportar tanto de todo.
Nunca creí ser capaz de aguantar semejante peso, al igual que nunca creí que dolería tanto.

Jamás me vi cómo ahora me veo, ni me imaginé las cosas que ahora rondan constantemente por mi cabeza.
Tampoco creí que podría llegar hasta aquí ni lograr cosas que ya he superado con creces.
Constantemente me planteaba cosas, en apariencia imposibles, que ahora forman parte de mi vida cotidiana.

Pero lo he hecho.

Nunca imaginé que hubiese tantas maneras de amar, cómo nunca imaginé que hubiera tantas formas de odiar.
En la vida imaginé un mundo así, cómo lo veo y lo vivo ahora.
Jamás creí ser capaz de descubrir y sentir cosas cómo ahora lo hago, al igual que nunca creí vivir tal y cómo ahora vivo.
Y nunca me imaginé a mí misma cómo ahora soy, con todas y cada una de las modificaciones.
Jamás me vi capaz de crecer y cambiar a una velocidad tan apabullante cómo lo he hecho estos últimos días.

Pero ha pasado, y me resulta abrumador.

Y no creo poder volver a ser la que era antes. No
me veo capaz de recuperar todo aquello que perdí, o de perder todo aquello que conseguí.


Puede que no sea un cambio que se aprecie a
simple vista, y puede que muchos de vosotros ni
siquiera os deis cuenta. Pero el cambio está ahí. De ahora en adelante siempre estará presente.
Puede que no para vosotros, pero sí para .

miércoles, 16 de febrero de 2011

Hace demasiado tiempo ya

Un momento en la vida, en el que algo cambia, una pequeña cosa.
Y desde ese momento ya nada vuelve a ser igual.
Te das cuenta de que lo que ha pasado ha sido mágico,
inolvidable e irrepetible.
Sueñas con que pase una vez más, con que vuelva a ocurrir.
Pero transcurre el tiempo y te das cuenta de que ese recuerdo no es más que eso, un recuerdo, y no se rehará de nuevo, todo quedará ahí, donde se detuvo.
Y ahí es donde tus esperanzas se resquebrajan y
se esparcen por tu ser.
Y es ahí donde te das cuenta de que lo que ocurre no ocurre más que una vez.

Es ese el momento en el que dejas de luchar por ello y te rindes al destino.
Es ahí cúando pasas página, lo superas y sigues con tu vida.

martes, 15 de febrero de 2011

Te quiero...

...debes saberlo.
A mi me basta con sentirlo, pero tú debes entenderlo.
No hacen falta palabras, tan sólo sentimiento.
No son necesarias miradas, no si entre mis brazos te estrecho.
No hacen falta susurros, no si te recuerdo.
No necesito llamarte, para que acudas a mí.
Pues te guardo en mi corazón y sé que siempre estarás ahí.

Para Paula.

domingo, 13 de febrero de 2011

Laberinto


"La vida se asemeja a un intrincado laberinto...

La misma es una sucesión de decisiones, algunas de ellas tomadas libremente, otras resultado de la presión de las circunstancias y el apremio del tiempo para poder salir o encontrar el centro del laberinto que es nuestro propio centro.

En este camino uno nunca esta solo, muchos están en el trayecto con mayor o menor conciencia de transitar un camino hacia algo.

Están aquellos que tratan de ayudarnos y guiarnos... pero también están esos que nos ponen piedras, que nos cierran puertas, que se ríen de nosotros y disfrutan de nuestras penas.

Pero no te preocupes...


¡No eres el único que está perdido!".

Piensa y actúa, pero hazlo ya

La vida es un maldito y estúpido laberinto.

Tiene muchas entradas y muchos caminos que recorrer, pero tan sólo una salida posible.
Y pasamos la vida entera tratando de encontrar esa salida. Y apenas nos damos cuenta de que la tenemos justo delante de nuestras narices, y, sin embargo, lo hacemos todo más difícil, girando en las esquinas y volviendo atrás, yendo por caminos ajenos y extraños; desviándonos de él

Y por esos caminos vamos encontrando y perdiendo cosas. Cosas como amistades.
Amistades buenas y fuertes, otras menos firmes, unas inolvidables, otras que preferirías no recordar, y muchas otras que desearías no haber tenido nunca.

A veces, encontramos más de lo que perdemos, y otras, simplemente no tenemos tanta suerte.
Pero lo importante no es encontrar más o menos, o perder lo que no nos agrada, o llegar a la salida antes que nadie, o ser el más afortunado entre los desgraciados, sino disfrutar de lo que se ha vivido por el camino.

Porque a veces, nos centramos tanto en algo que dejamos de ver todo lo que ocurre a nuestro al rededor. Y nos perdemos todo lo que sucede.

Porque la felicidad se halla en las cosas pequeñas, y no importa quien o qué las hagan, siempre y cuando te hagan feliz.

Y es que a veces somos tan cabezotas que dejamos de lado las cosas que nos parecen insignificantes, y no nos damos cuenta de que por muy insignificantes que sean, forman parte de nosotros, y si nos las arrebatan, no somos los mismos.

A veces, es mejor seguir el camino que sea, por difícil que parezca, o por mucho que haya que superar, siempre y cuando sea nuestro.
Aunque a veces es mucho mejor compartirlo.