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martes, 18 de octubre de 2011

Quizás

"- Yo. Fui yo. - Lo sentí estallar. Se expandía, por mi pecho. Resonaba en mis oídos. En mi vientre. En mis labios. Y se extinguía... se acababa... Y cómo dolía.

-Yo. Fui yo, Rob. Yo hice temblar el mundo. - Y al abrir los ojos lo supe. Supe que me había descompuesto en millones de millones de fragmentos, y me había vuelvo a recomponer.

- Yo. Fui yo, Rob. Yo te arranqué la piel a tiras. Yo te traicioné. - Lo supe. Supe que si seguía de pie, si me mantenía, era porque todavía estaba sujeto con pegamento. Con uno muy débil.
Yo lo sabía.
Temblé. Me tambaleé."


- Se acaba el tiempo, Rob, se acaba... - ¿Teníamos acaso de eso?

- No, no lo teníamos. Nunca lo hemos tenido. No, nosotros no. - Rob siempre hacía lo mismo. Y eso me ponía de los nervios. Me sacaba de mis casillas, sí.

- ¿Qué vas a hacer entonces? - ¿Que si tenía curiosidad por saberlo? Claro que la tenía. Él me había salvado, al fin y al cabo.

- ¿Qué voy a hacer? ¿Que qué voy a hacer, Ethan? No voy a hacer nada. - No me gustaba que le diera énfasis a las palabras. Lo hacían sonar desquiciado. - ¿Desquiciado? - Soltó.

- Sabes que no me gusta que escuches lo que pienso, Rob. Ni mucho menos ahora que puedes controlar a quién escuchas. - ¿Qué? Oh, sí. Rob podía leer mentes, claro que sí. Era una de muchas de sus excepcionales cualidades.

- Tú sabes que tan sólo puedo leer mentes débiles, Ethan. Lo sabes. - ¿Mente débil, la mía? No podía estar más de acuerdo, sin embargo, no me hacía gracia ninguna que me lo recordase cada dos por tres.

¿Qué íbamos a hacer? Yo ya no lo sabía. Hacía tiempo que no me molestaba ni en pensar en ello. Al fin y al cabo, todos parecían felices.

- Felices no, Ethan; ignorantes. - Rob se dio la vuelta y miró por la ventana. - Pero su feliz ignorancia no va a durar mucho más. No a menos que hagamos algo. -

- Lo sé, dios, ¡lo sé! - Estaba cabreado, cabreado de verdad. Siempre conseguía enfadarme.
- Pero míralos, Rob, míralos. No saben nada de guerras; de las reales, ni de ángeles, ni de demonios, ni de nosotros, Rob. No saben nada. - Deslizó la vista más allá del cristal y contempló a un grupo de niños jugando. Corrían y se cogían, volvían a esconderse, contaban y buscaban. Huían.

- Están huyendo, Ethan. - Sus pupilas se estrecharon; parecía un gato. - Sólo que no saben aún de qué. -

- No tienen por qué saberlo. - Lo sabía, no hacía falta. Yo mismo había vivido ignorante hasta que él me había encontrado. Y entonces me lo había contado todo. Me había dicho lo inimaginable. Pero tenía que creerlo, no me quedaba otra.

- Oh, cállate ya. No dices más que tonterías. -

- Querrás decir que tú no escuchas más que "tonterías". Deja lo que pienso y concéntrate de una vez en lo que digo. - Me estaba empezando a ennervar. - No tienen por qué saberlo. - Repetí.

- Quizás. - Su voz no fue más que un susurro.

Reinó un silencio atronador en la habitación. Tanto fue el silencio que no se escuchaba ni nuestra respiración. Claro que nosotros ya no respirábamos, pero era una forma de hablar. El silencio lo aplastaba todo.

Y no había con qué cesarlo. Tal vez no hubiera nada más que decir.

Pasaron unos interminables minutos antes de que Rob lo rompiera.

- ¿Sabes qué es lo que realmente sé sobre humanos? - No respondí. Sabía que no era necesario.
- Nada, salvo que me gustaría haber sido uno de ellos. -

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