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jueves, 8 de diciembre de 2011

Respira

- ¿De veras no se te ocurre nadie más que haya podido querer matarte? - Mike estaba sentado en la ventana, la cortina algo abierta para ver el tráfico nocturno de La Avenida.

- Te he dicho mil veces ya que no. - Lea estaba colgando al borde de la cama. Bueno, cama es un término generoso para describirlo; era apenas una tabla de madera rota con un colchón de goma-espuma roído por las ratas.

- Alguien tiene que haber, piensa. - Jugaba con una vieja muñeca de fieltro que había encontrado apoyada en la pared. Le daba vueltas en las manos y le peinaba el pelo.

- Deja de insistir. Sabes lo que yo. - Pensó en tumbarse, pero lo descartó; el "colchón" le daba demasiada mala espina.

- Y de nuevo te equivocas. - Lea levantó la mirada hacia Mike. - Yo sé algo que tú no sabes. - Usó el mismo tono que habían usado de niños cuando jugaban. En otro momento eso le habría arrancado una sonrisa a Lea. Pero no en ese.

Ambos se quedaron callados, cada uno expectante a la respuesta del otro. Lea continuó.

- ¿Y bien? ¿Vas a seguir? - Lo miró con desagrado.

- Claro, cómo no. - Le dedicó una de sus sonrisas infantiles e inocentes. La hacían parecer tan desprotegida. - Fuera quién fuere el que intentó matarte, sólo sabemos que lo consiguió. - Esperó a la reacción de la chica, que no hizo más que abrir mucho los ojos, incrédula.

- ¿Se te ha ido la olla? ¿Hola? - Se levantó de un salto y se puso a agitar los brazos ante él. -¡Sigo viva! Me muevo, camino, respiro. ¿A qué juegas? -

- Shh... - Se llevó un dedo a la boca haciéndola callar. - Silencio. Calla. - Bajó de la ventana y se acercó a ella. - Intenta escucharlo, tu respiración, vamos. Te resultará fácil distinguirla de la mía. - Dio una suave risotada y cruzó los brazos tras la espalda. Parecía un niño.

- ¿Eres idiota? Estoy respirando, ¿estás sordo? Creía que tu oído era mejor que el mío, al fin y al... - Mike descruzó los brazos y se acercó a ella a una velocidad apabullante. Se paró a apenas dos centímetros; sus caras casi se tocaban. Estaban tan cerca que Mike podía sentir su respiración. Lea no podía sentir la suya, claro; Mike ya no respiraba. A Lea la respiración se le hizo costosa.

- ¿Ves? - Sonrió Mike. - Yo tenía razón. - Sonrió como un verdadero idiota. Lo que provocó que Lea se sonrojara.

Se apartó de un salto de ella y se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas. Con un gesto, invitó a Lea a sentarse con él. Ella, de mala gana, se apoyó en la pared, abrazándose las rodillas.

- A eso me refería, ¿sabes? - Mike dio una gran bocanada de aire, a pesar de que no la necesitaba.

- ¿Que te referías a qué? - Preguntó Lea.

- No deberías hacerlo. - Sonrió sin abrir la boca. - No deberías respirar.

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