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domingo, 16 de enero de 2011

Más historias que contar

Caminé durante largo y tendido, sin rumbo; sin un destino definido.
De vez en cuando me detenía a mirar esto y aquello, a pensar acerca de a dónde iría o a intentar ver más allá del horizonte.

Tras largas horas de camino, me detuve. Aquello que hacía no tenía sentido alguno. Al fin y al cabo, ¿que hacía una joven chica caminando sola por el mundo, sin saber siquiera a donde ir?
No, ningún sentido...

Alcé la mano para taparme la cara del sol y miré a mi alrededor. No tenía ni la más remota idea de dónde estaba. ¿Cúanto había caminado? ¿Kilómetros? Ni yo misma lo sabía.

Alcé la vista al cielo deseando volver atrás en el tiempo para no haberme perdido, para no haberme caído al suelo, para no haberme sentido como una idiota, y, sobre todo, para no haberte dicho aquello.

Pero lo hecho, hecho estaba, ¿no?

Crucé la calle y me detuve frente a un local de aspecto algo siniestro. Contemplé mi reflejo en el cristal de la puerta y me coloqué el enmarañado pelo.
Tenía un aspecto horrible, francamente: grandes bolsas bajo los ojos, pelo revuelto; aunque algo mejor que antes, ropa arrugada, cara manchada de barro seco y una terrible expresión en el rostro.
Me pasé la mano por la cara; tratando de quitarme el barro, me froté los ojos, me coloqué la camiseta, volví a a peinarme un poco y planté una amplia, aunque falsa, sonrisa en mi cara.

Y me decidí a entrar.
Verdaderamente, el local era de lo más siniestro. Quizá hubiera debido darme la vuelta e irme por dónde había venido, pero lo cierto es que, ni tenía medios para volver, ni sabía cómo.
Además, tampoco sabía por qué, allí dentro me sentía mejor que fuera.

Contemplé con detenimiento la amplia sala que se abría ante mí: paredes negras, butacas negras con mesas negras, una barra de bar negra, lámparas negras y gente total y absolutamente vestida de negro.
Puaj! Vaya sitio más horrible. La verdad es que todo el rollo gótico no me iba nada de nada.

Con una sonrisa algo menos amplia y paso decidido, me encaminé hacia la barra.
No había mucha gente, pero el local estaba lo suficientemente lleno como para tener que abrirme paso con "lo siento" o "disculpe".
Cuando por fin estuve sentada en uno de los altos y negros taburetes, un chico bastante mono y de aspecto alegre se dirigió a mí:
- ¿Qué hace una chica cómo tú en un sitio cómo este a estas horas?

- ¿Por qué lo preguntas? Espera, ¿qué hora es? - Dije, ignorando por completo su pregunta, involuntariamente, claro.

- Las cinco y media.

- Ahm, tampoco es tan tarde, ¿no? - Dios, no podía haber sonado más estúpida.

- No, realmente no. Bueno, no has contestado a mi pregunta. - Dijo el con una pícara sonrisa.

- ¿Qué? Oh, ya... - Tierra trágame - Pues... Si te digo la verdad, no tengo ni idea de cómo he llegado aquí. ¿Por casualidad sabes dónde estamos? - Estaba hecha una completa idiota.

- Sí, pero si te lo dijera, tendría que matarte. - Dijo él, al tiempo que me guiñaba un ojo.

- Oh, bueno, supongo que entonces será mejor no decírmelo. - Mi sonrisa se iba relajando y tomando un aspecto algo menos falso. - ¿Tenéis servicio? - Dije al tiempo que hacía una mueca tan estúpida como me sentía delante de aquel chico tan guapo y simpático.

- Sí, al final de ese pasillo; tercera puerta a la izquierda. - Dijo, al tiempo que movía la mano a modo de saludo.

Lo contemplé un momento y me di cuenta de lo realmente guapo que era.
Tenía el pelo castaño claro, prácticamente rubio; unos hermosos ojos verdes, nariz recta y perfilada y una boca de ensueño. Parecía alto, a pesar de estar sentado en una silla de aspecto incómodo. Encajaba con el perfil de chico flaco, aunque podía apreciar los músculos bajo su camiseta negra.
Lo miré largo rato hasta que me di cuenta de que no me había movido ni un milímetro y estaba ahí, mirando, con una estúpida sonrisa plantada en la cara.
Espabilé y, sin volver la vista atrás, recorrí la estancia hasta llegar al pasillo.

¿Qué puerta era? Con tanta bobería había olvidado lo que aquel chico me había dicho. ¿Era la segunda o la tercera? No tenía ni idea. Estuve por volver atrás a preguntar de nuevo, pero habría quedado aún más en evidencia. Y ya me bastaba con ponerme en ridículo una vez.

Sin más cacaos mentales, me decidí por entrar en la segunda.

Traté de no vacilar cuando abrí la puerta que daba al interior.
Con un sólo movimiento suave y sin prisas, giré el picaporte en sentido contrario a las agujas del reloj. Con un chasquido sordo, la pesada puerta se abrió, emitiendo un agudo chillido, del que, por suerte, nadie pareció percatarse.

Dí un paso adelante y miré a mi alrededor. Aquello no se parecía mucho a un baño.

Era un espacio bonito, amplio y exuberante. Aquí y allá había todo tipo de plantas; árboles, arbustos, flores. Todos ellos de vivos y agradables colores. Sin lugar a dudas, no tenía nada que ver con el interior del local. Dí un paso adelante y respiré hondo, tanto como mis pulmones me permitían. Estar allí me resultaba realmente agradable.

Sentí la tentación de tirarme al mullido césped, pero en lugar de eso, me quité los zapatos y los calcetines, dejando mis pies descalzos.
Planté los pies en el suelo y moví los dedos hundiéndolos en la tierra que había debajo del césped.

Refrené el impulso de saltar de alegría, por lo bien que me sentía. Aunque me contuve.
Juraría que hacía años que no me sentía tan bien.

Para Paula, esa chica que es tan impaciente. He aquí la segunda parte de la historia.

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