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martes, 29 de noviembre de 2011

¿Podrás hacerme sonreír?

Sintió el cañón de la pistola sobre su pecho. De lleno en el corazón. Presionaba, con rabia. Tenía los labios rojos, los ojos ardiendo. Los abrió y miró la pistola. Era su Glock 17, amenazándole. De nuevo. Pero Verano sabía que sería la última.
(-No, no se llamaba Verano, por supuesto. Pero así fue como lo apodaron, y así es como debe ser.-)
Pero sabía que era la última. Que ya no se volvería a librar. Lo veía en sus ojos.

*¡Clack!* Quitó el seguro.

- Pon lo mucho que me querías en el epitafio, Stivie. - Su voz sonaba rota. Stivie supo que tenía miedo. Que quería llorar. Pero que no iba a hacerlo. - Al menos así algo quedará grabado para siempre. -

- Nunca te he querido, Verano. Mi corazón es de hielo, ¿recuerdas? El corazón del Invierno. Y el invierno no quiere. Solo destruye. - Aquella sonrisa rota suya volvió a apoderarse de su rostro. Tenía la piel hundida, estaba sucia, delgada. Verano sabía que estaba perdiendo la guerra. Y que se estaba destruyendo a sí misma. Piedra a piedra, hasta caer derrumbada por completo.

- Dispara ya, Stivie. Vamos, antes de que se te derrita el corazón. - La miró a los ojos. - Antes de que te arrepientas. -


Y disparó.


El estallido resonó por todo el campamento. Lo había hecho. Había disparado. Verano intentó coger aire, y cayó sobre ella. Y ella lo agarró. Se manchó de sangre.

- Tengo frío. - Los labios agrietados de Verano gemían de dolor. La sangre teñía la nieve a sus pies.

- Tranquilo, Verano. Ya no queda nada, nada... Pronto volverás a sonreír, a ver tu sol, a jugar con los girasoles... - Susurró ella, sollozando. - Derretiste al Corazón del Invierno, podrás derretir a la muerte. -

Ambos cayeron al suelo, entre sangre y nieve. Stivie no paró de llorar. Ni tan siquiera cuando él ya había dejado de respirar.

Y así los encontraron esa noche. Él muerto y ella muriendo por dentro.

«Verano, el que derritió al Invierno. El que se abrazó a la muerte para seguir viviendo.»


lunes, 21 de noviembre de 2011

Crash

"...¿Sabes qué es lo que realmente sé sobre humanos?
Nada, salvo que me gustaría haber sido uno de ellos..."

Caminaba por el corredor del primer piso, recordando la última conversación que había tenido con Rob el día anterior, unas cuantas horas atrás.
Todavía no estaba completamente seguro de lo que había significado. Es decir, claro que lo entendía; sabía al cien por cien que Rob no era humano. Sin embargo, creía que, aún detrás de aquello, le ocultaba algo.

Llegó a la puerta de Lea y aminoró el paso. Hacía ya cuatro ciclos que no aparecía por El Refugio, y no era normal en ella. Siempre se había sentido cómo en casa allí...

Siguió caminando en dirección al comedor y se paró en una esquina al escuchar pasos. Era raro, ya que a aquellas horas de la noche no solía haber nadie por los pasillos, menos en la parte cercana a las escaleras. Se pegó a la pared y esperó.
Al otro lado del pasillo había un chico de pelo castaño, tan largo que casi le tapaba unos ojos color avellana. Lo llevaba revuelto, en contraste con su perfecta ropa; toda blanca. Continuó el camino sin reparar en Ethan, más atento al pequeño libro que llevaba en las manos.
Una vez Ethan ya no escuchaba sus pasos, volvió de nuevo a su forma original y bajó el tramo de escaleras hacia el comedor.
No había nadie, cómo de costumbre a las cuatro de la madrugada. Era la hora favorita de Ethan; cuando todavía no había amanecido, pero todo cobraba vida lentamente. Todo estaba quiero, demasiado en silencio.

Ethan no pareció notarlo, ya que todavía pensaba en el chico del pasillo. Su cara le sonaba, aunque no conseguía ubicarlo...

*CRASH*

Ethan se volvió. Una ventana estaba rota; los pedazos esparcidos por el suelo...

*CRASH*

De nuevo se dio la vuelta y vio la gran cristalera de la torre rota. Los cristales llenaban la estancia. Ethan se olcultó, de nuevo volviéndose invisible y se pegó a la pared.

*CRASH* *CRASH* *CRASH*

Las ventanas explotaban una a una, sin ruido alguno, haciendo que los resquicios llovieran. Ethan se tapó los ojos con los brazos, y una vez volvió a bajarlos ya no estaba solo en la sala.

El corazón se le aceleró, pero recordó que estaba todavía oculto. Si no hacía ruido, no lo descubrirían. Parpadeó e inspiró lentamente. Barrió la sala con la vista y analizó:
cuatro "cosas" de esas, dos tipos encapuchados; probablemente mestizos, y un chico, a la cabeza, vestido completamente de blanco.

Esta vez si consiguió ubicarlo, y maldijo por lo bajo.
El chico se acercaba en su dirección. Ethan estaba cada vez más nervioso, tratando de convencerse a si mismo de que no iba hacia él. Al fin y al cabo, no podía verle, ¿no? Pero si estaba en lo cierto, debía salir de allí cuando antes.

En un intento vano, salió corriendo, pero tan pronto se dio cuenta ya estaba rodeado por aquellas cosas.
Recordó la conversación que había tenido una vez con Lea, cinco ciclos atrás;

- Ten cuidado con lo que haces Ethan. Siempre habrá alguien que te vea; que nos vea a todos. Tal vez no lo sepas, o no quieras creerlo, pero lo habrá. Quizás no sea lo de fuera solamente lo que ve, sino nuestro interior. Puede que vea nuestra sangre fluir, cómo antes. Y de él, no podremos escapar. No sabes quién es, ¿verdad? Yo tampoco. - Lea había saltado y se había encaramado al alféizar de la ventana. - Y no quiero averiguarlo. - Se había tirado hacia los arbustos del jardín, y había salido corriendo. Esa había sido la última vez que Ethan había visto a Lea.

Pensó un momento en ello, y, antes de que todo se oscureciera, entendió hasta tal punto lo que ella había querido decir, que maldijo el día en que deseó que su corazón dejara de latir.